DE ABUELOS Y NIETAS (Microrrelato)
Cada
mañana, cuando me bajo del autobús, se bajan también en la misma parada una
mujer y su hija. Y lo primero que la niña, de unos tres años, exclama es ¡Abuelito, abuelito!, mientras corre
hacia un hombre mayor con indudable parecido a ambas. Todos los días me doy la
vuelta para presenciar el feliz reencuentro, como si hiciese mucho que no se
ven. Y al observar a este hombre, que se levanta temprano voluntariamente para
abrazar y acompañar a su hija y a su nieta al colegio, siento un agujero dentro
y echo de menos a los abuelos que nunca tuve.
Y cada
mañana, al cruzar la calzada, veo en la terraza del bar de enfrente, colocada sobre
la acera, a un anciano solitario sentado a una mesa, que siempre viste una
cazadora beis, con un café delante y la mirada fija al otro lado de la calle,
sobre el abuelo feliz y la hija feliz y la nieta feliz.
Y
pienso que en este mundo somos muchas las nietas sin abuelo, pero también los
abuelos sin nietas.
Por
eso hoy, al pasar, me he sentado a su lado, le he dado un beso en la mejilla, he
pedido un cortado y le he dicho Abuelo, creo que va a llover. Y después
de un instante de sorpresa e indecisión él me ha respondido que sí, que se lo dicen
los huesos, me ha abierto el sobrecito del azúcar y, como tiene costumbre, me
ha echado en la taza solo la mitad.
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