MADRE (Microrrelato)
La
muñeca de trapo nació de un retazo ensangrentado de mi enagua. Y le llamé
Esperanza. Otros le llamaron después Primavera. Y luego Mía. Y luego Puta.
Hecha
jirones y asomando al abismo, con la frente encendida me agarraba la manga y me
decía: Mi pobre caloyo, mi muñeca de alambre… Cuando me vaya, llámele Guerra.
La enterramos fuera del camposanto, cerca de la tapia por donde trepaban las
flores de los guisantes.
Huérfana
de todo, Guerra dio malas noches y de día se balanceaba con rabia en su cadalso
de madera de sauce, adelante y atrás, y otra vez adelante. Y al crecer le
sangraban estigmas en las palmas de las manos y dejaba rastros de sangre de
cordero en las encrucijadas de los caminos por los que se perdía, persiguiendo
siempre la voluntad de un Dios que le hablaba con la voz de las cornejas desde
lo alto de los campanarios.
Reapareció
en mi puerta una tarde de finales de verano, con la fe apuñalada y una muñeca
de hielo vestida de domingo cogida de la mano. Llámele Gloria, me dijo.
Y
a la pequeña le susurró al oído: Llámale Madre.
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