ETERNIDAD
Solo tuvo tiempo de estrechar con fuerza a su amante un breve instante, justo antes de que la primera luz del alba acribillase cruelmente sus cuerpos y el viento se lo arrebatara para siempre de su abrazo. Y le arrebatara también los propios brazos, los ojos y el corazón sin alma. Contemplando aquella ráfaga de suspiros de ceniza que desde el tejado parecían revolotear como mariposas blancas, el cazador lloró por ellos y por su efímera inmortalidad.